lunes, 29 de mayo de 2017

Intuición. Germán Hernández.

Y sólo esa vez, porque era asunto de vida o muerte, abandoné mi condición, me fui hasta el último extremo, hasta el vórtice donde todo credo se difumina y extingue inútilmente; lo divisé a lo lejos, le hice señas desesperadas con los brazos y se detuvo, abrí la puerta y entré, y me senté, y le di la dirección, le dije que me urgía, que estaba retrasado y arrancó.
El tacómetro osciló entre las ocho mil revoluciones por minuto y me dijo que por nada me debería preocupar, que mis temores se disiparían, que para eso estaba él, que me hiciera el desentendido, como si fuera mi carro, y él mi chofer, el espacio, el tiempo, todos míos, y así evadió las rotondas congestionadas, pulsó su bocina, burló las calles dañadas, se arrojó sobre los semáforos en rojo con furia y convicción, sin usted me decía, no estaría aquí ganándome el pan, sin usted sería improbable que tenga derecho a otro día, a exigir mi ración de aire y de sol, dribló violentamente, aceleró hacia unos niños que jugaban bola en media calle, palidecí, casi sobre ellos, los vi correr, lanzarse como auténticos guardametas hacia la acera, y bajo el auto, sentimos el golpe de las llantas, el brinco elemental, embistiendo, topando, destripando, aplastando y triturando el balón, hombre le dije, no es para tanto, cierto que tengo prisa, y me respondió, no diga estupideces, ellos son peatones, ellos no son como usted que debe llegar a su destino, (por que lo tiene), sin demora, sin dilación, y yo tengo la misión impostergable de que así sea, y saltando altos, subiendo aceras, tronchando flores, arrancando postes, señales, órdenes, mientras la gente huía para no perecer en el guardabarros, guardavértebras, guardacráneos, agregó, usted existe, porque se mueve, y sabe a dónde va, el punto no es estar, sino ir, y comencé a observar que aquello era cierto, que yo era resumen, globalidad, acelere le dije, y lo hizo, bajé la ventanilla para sentir el viento soplando para mí, y sentí la belleza de saber cada metro de manto asfáltico para mí, predestinadamente, vi las tiendas, los bancos, los parques, las fábricas, las casas, todos a mí alrededor desaparecían en mi transcurso, se quedaban atrás en mi desplazamiento y me sentí capaz de retenerlos si quería, y no quise, acelere, porque era yo el que iba, solo yo; fue cuando la muchacha se quedó plantada en mitad de la calle, asimilando con la mirada lo que sus piernas no podían, acelere, y vi la trompa del carro partiéndola en dos, nos carcajeamos, vio la cara que puso, vio el temblor de los labios, el vértigo, cómo estallaba, sus cabellos revueltos, su cabeza estrellándose cómo un cometa en el parabrisas, sí, pero mire como lo dejó, y me dice, eso no es problema y la bomba de agua se acciona con su agua jabonosa e higiénica, con sus chorritos limpiadores no dejó un cabello, ni un coágulo, usted tiene razón, todo está en función mía, acelere, todos me sirven porque yo pago puntual mis impuestos, el cable, el celular, tengo estudios, porque no era otro objeto que se queda detenido en esta ciudad falsa, de cartón piedra, sostenida por hilos de pescar desde el cielo, San José de Costa Rica era mía porque pagaba, acelere, destruíamos quioscos, aplastábamos frutas, sacábamos la cabeza por la ventana para insultar a los que doblaban la espalda, para los que voceaban eventos ajenos, para los que extendían la mano, hacíamos tiro al blanco con escupitajos a los ancianos y a las mujeres embarazadas, a los que recogían preciadas etiquetas, acelere, veía los zapatos, las horas, todos se quedaban atrás, porque yo era el único que iba, y nada iba a detenerme, tomamos la recta final, y dejamos rezagados autos, sueños y signos, los ejemplos de la más ecuánime mediocridad, el chofer frenó y el carro chilló veinte metros más, saqué complacido mi billetera, le di mil gracias, le pagué, abrí la puerta y cuando puse mi pie en tierra, sentí el hondo vacío de la materia, el desolador y vasto paisaje de las avenidas, me puse a temblar, con horror y alacranes en el estómago sentí que volvía a convertirme en un peatón.

Variaciones para una ficción, Germán Hernández. 2010.
 

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