“Ese niño tiene ángel”, decían.
Un ángel, sí, pero cruel y
sanguinario.
Alzado en su altura.
Esperando impasible, con
tranquilidad siniestra, el momento sublime, mentalmente acariciado, de lanzarse
veloz hacia su presa. Y en un ataque feroz, de ave rapaz, extirparle el corazón
con uñas negras y arañarle la cara con sus alas.
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