Era un
atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad;
las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el
patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad
que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente
al verdugo:
-¿Por qué
prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido
con los otros!
Fue el gran
momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro
apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la
bondad de inclinar la cabeza, por favor.
El verdugo. Arthur Koestler. (Budapest, septiembre 1905 - Londres, marzo 1983)
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