Que griten. Yo, como si fuese sordo. Que arañen sus elegantes forros de
seda. A mí sólo me pagan para que vigile esto, no para que cuide de
ellos ni para que me quiten el sueño con sus gritos. ¿Que bebo
demasiado? No sé qué harían ustedes en mi lugar. Aquí las noches son muy
largas… Digo yo que deberían tener más cuidado con ellos, no traerlos
aquí para que luego estén todo el tiempo gritando, como lobos, créanme.
Ahora bien, que griten. Yo, como su fuese sordo. Pero si a alguno se le
ocurre aparecer por aquí, lo desbarato y lo mando al infierno de una
vez, para que le grite al Demonio... Pero a mí que me dejen. Toda la
noche, como les digo. Y tengo que beber para coger el sueño, ya me
dirán. Si ellos están sufriendo, si están desesperados, que se aguanten
un poco, ¿verdad? Nadie es feliz. Además, lo que les decía: tengan
ustedes más cuidado. Porque luego me caen a mí, y ustedes no me pagan
para eso, sino para cuidar los jardines y para ahuyentar a los
gamberros, ¿no? ¿Qué culpa tengo yo de que los entierren vivos? Y claro,
ellos gritan.
Fuente: Antología del microrrelato español (1906-2011). Editorial Cátedra.
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