lunes, 13 de octubre de 2014

Romper aguas. Miguel Ángel Zapata. Microrrelato.

I
La mujer se debate en la camilla, agotada por las últimas contracciones, las piernas en alto, nadando en sudor.
Tras una hora de ímprobos esfuerzos surge al fin el primero de los brazos, más tarde el segundo, el tercero, ocho bracitos ensangrentados refulgiendo en la claridad que se les negaba, horrorizados los médicos ante la visión del neonato.
Dos horas después descansa la madre en su habitación del hospital, abrazada a su estrella de mar amorosamente, admirada de que a veces los deseos se cumplan.

II
La mujer se debate en la camilla, agotada por las últimas contracciones, las piernas en alto, nadando en sudor.
Tras una hora de ímprobos esfuerzos surgen al fin las cabecitas, cuatro esferas ensangrentadas que miran la nueva luz con enormes ojos verdes y gritan como mandrágoras, después el tronco, con sus cuatro brazos mínimos manoteando sin control, finalmente la cola bífida y peluda, horrorizados los médicos ante la visión del neonato.
Dos horas después descansa la madre en su habitación del hospital, abrazada a su criatura amorosamente, feliz ante la certeza de que el hijo es clavado a su padre.

III
La mujer se debate en la camilla, agotada por la últimas contracciones, las piernas en alto, nadando en sudor.
Tras una hora de ímprobos esfuerzos surge al fin la cabeza rosada, los rasgos tan limpios, la cara adorable, par de ojitos azules, respingona naricilla, boquita llorona, un divino querubín tanteando el aire novísimo con sus dos brazos y su par de piernas rollizas.
Dos horas después descansa la madre en su habitación del hospital, abrazada a su hijo con desgana y cierta aprensión, pensando nerviosa en la vergüenza de regresar de nuevo allá arriba con el niño, cómo explicarle a él y a su gente, a toda la comunidad venusiana horrorizada que ella... que aquella noche de fiesta terrícola... un desliz...


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