Olegario
no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy
orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego
decía: “Mañana va a llover”. Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y
anunciaba: “El martes saldrá el 57 a la cabeza”. Y el martes salía el 57 a la
cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin límites.
Algunos
de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la
Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y
la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo:
“Es posible que mi casa se esté quemando”.
Llamaron
un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca a los bomberos. Éstos
tomaron por Rivera, y Olegario dijo: “Es casi seguro que mi casa se esté
quemando”. Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo
admiraban.
Los
bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando
doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de
expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de
bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los
preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta,
alguna astilla volaba por los aires.
Con
toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodó el nudo de la corbata, y
luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones
y los abrazos de sus buenos amigos.
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