Te encontré en los libros. Te vi
parada allí, como yo, observando.
La primera vez me sorprendió
encontrarte oculta entre las sombras. Mirabas cómo el preso 34 retiraba con
manos cansadas, anhelantes, la pesada piedra para recibir entre sus brazos a un
sabio italiano. Hacía frío y todo estaba oscuro allí, entre los muros gruesos
de la celda más oculta del Castillo de If.
Volví a encontrarte muchas veces:
caminando por las calles opresivas, verticales, de una mojigata Vetusta; divertida
y orgullosa del nuevo gobernador de Baratalia; vagando entre las voces
fantasmales en Comala; enloqueciendo de terror en la Universidad de Miskatonic
o mirando conmovida una piedra solitaria, sin inscripción alguna allá, allá
lejos, donde habita el olvido.
La última vez quise llamarte, tocarte
el hombro y saludarte. Pero tú ya despertabas bajo un árbol, molesta, con las
hojas acariciándote el rostro, mientras yo solo empezaba a caer, rodando por la
madriguera, detrás de un conejo blanco.
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