Malísima,
es. Y por eso el recién llegado dijo que la podía curar, que solo
él la podía curar. Así fue que lo eligió al Luis, un muchachote
de una cara de tristeza sepulcral y de labios del color de las tardes
cuando empiezan a envejecer, y lo hizo sonreír. Para ello se valió
de un hilo casi invisible de tan fino, con el cual cosió cada
comisura de los labios y las unió a cada lóbulo de las orejas. El
Luis, su familia y la gran mayoría del pueblo quedaron satisfechos y
extasiados con esa sonrisa desmesurada que era como todas las
sonrisas a la vez. Solo unos pocos, los escépticos de siempre,
persisten en afirmar que, de algún modo, el curador de la tristeza
fracasó, porque no supo borrarle de los labios al Luis ese
insoportable color de las tardes cuando empiezan a envejecer.
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