Escribí
un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron
cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo
de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los
huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias.
Escribí
una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se
hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos
minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer,
cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban
como una reina infinita, los temas eran desangrados a conciencia en
busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían
peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes,
el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el
aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los
árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras
pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el
lector agónico hasta enterrarlo.
Ángel Olgoso. Astrolabio, 2007.
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