Con frecuencia, pero también cuando menos lo espero,
se me aparecen mis padres. Tras el susto inicial, el miedo va dejando paso a un
sentimiento de impotencia y de rabia, porque, por más empeño que pongo, nunca
consigo comunicarme con ellos. Me gustaría decirles, sobre todo, que los echo
mucho de menos, que me cuesta asumir que aquel desgraciado accidente me haya
privado de su compañía.
Luego, cuando desaparecen, me quedo durante horas
muy triste, abrazado a las flores que amorosamente han depositado sobre mi
lápida.
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