Nos conocimos hurgando entre
la basura. El color de tu pelo, rojo como un atardecer en Finisterre,
resplandecía revistiendo de púrpura la cúspide del vertedero. Como
carta de presentación me arrojaste un insulto y la advertencia de
que aquella zona tenía dueña, pero el tetrabrik de vino tinto que
te ofrecí sirvió para romper el hielo y para que me invitases a
compartir los desperdicios que habías obtenido entre la inmundicia.
Se
hizo de noche, nos sorprendió el frío e insinué que durmiésemos
juntos en mi cajero. Nos amamos sobre el suelo encarnado de la
sucursal, ocultos por un amasijo de cartones y mantas malolientes.
Embriagados por el exceso de alcohol te juré amor eterno mientras
asegurabas que estábamos hechos uno para el otro.
Desde
esa noche todo cambió. Aseguraste que, como la gente tira de todo,
todavía estábamos a tiempo de formar una familia. Por eso ahora
rebuscamos con los cinco sentidos y con la esperanza puesta en que un
día, desde el interior de algún contenedor, surja el llanto de
nuestro bebé.
Esta noche te cuento, 2019.
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