Esto fue en el primer otoño
de la guerra.
El
muchacho -veinte años- era teniente; el padre, soldado, por no
abandonar al hijo. En la Sierra dieron al hijo un balazo, y el padre
le cogió a hombros. Le dieron un balazo de muerte. El padre ya no
podía correr y se sentó con su carga al lado.
-Me
muero, padre, me muero.
El
padre le miró tranquilamente la herida mientras el enemigo se
acercaba. Sacó la pistola y le mató.
A
la mañana siguiente, fue a la cabeza de una descubierta y recobró
el cadáver del hijo abandonado en mitad de las peñas. Lo condujo a
la posición. Le envolvieron en una bandera tricolor y le enterraron.
Asistió
el padre al entierro. Tenía la cabeza descubierta mientras tapaban
al hijo con la tierra aterronada, dura de hielo.
La
cabeza era calva, brillante, con un cerquillo de pelos canos
alrededor. Con la misma pistola hizo saltar la tapadera brillante de
la calva.
Quedó
el cerquillo de pelo gris rodeando un agujero horrible de sangre y de
sesos.
Le
enterraron al lado del hijo.
El
frío de la Sierra hacía llorar a los hombres.
Valor y miedo, 1938.
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