Toca este año cultivo de
maíz, pero como si fuese de patatas o remolacha: el pronóstico dice
que no caerá una gota de agua, otra cosecha perdida. Pese a todo ahí
sigue Desideria, removiendo la tierra, cavando zanjas, quitando
caracoles, arrancando zarzas.
Budapest,
¡qué preciosidad! Vio una foto del puente en el escaparate de una
agencia de viajes un jueves que bajaba al mercado con sus hortalizas.
Incluso a Cáceres se hubiese ido ella de luna de miel. Pero su boda
se hizo a toda prisa y luego fue la campaña de la fresa, la de la
aceituna y entonces llegó Genaro. Sietemesino, repetía la abuela,
pese a los cuatro kilos largos que arrojó la balanza. Uno tras otro
fueron naciendo Chelo, Rosaura, Juanillo, Tomasa, Chiqui y Nandín.
Y, a lo último, aquellos dos pingajos de piel transparente, que
hasta se les veían las venas, y que se le escurrieron entre los
muslos mientras tendía la colada. Los enterró bajo la tierra
amarilla sin contarle a nadie nada.
Piensa
en esto y en acordarse de zurcir unos calcetines mientras se mete en
el bolsillo del mandil unos huesecillos que han salido de la tierra
con la última palada.
Esta noche te cuento. Junio, 2019.
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