Me despierto tan temprano que mi cama está llena de lagartos. Al incorporarme se han quedado inmóviles, con los ojos clavados en mí. La persiana está a medio bajar, la habitación casi a oscuras y el cielo al otro lado se distingue cubierto. Los lagartos son de color verde mestizo, un poco amarillos; motas marrones les cubren el cuerpo, como a las hojas en otoño. Después de la pausa continúan lo que estaban haciendo, meten bien el hocico entre las hojas caídas. Se mueven con cuidado para que las hojas no crujan.
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