Esa mañana la radio le dijo que
eligiera el momento en que quería despertarse. Se levantó dos años
antes, un treinta de marzo y se puso las gafas de sol. Cogió otra
línea de metro, comió en un sitio diferente, fue a otro
supermercado, cambió de periódico y de peinado. Al volver a casa,
su coche se estampó con otro que giró mal en una rotonda.
Se
bajó y era ella. Se dio por vencido y sonrió. Esta vez iba a salir
bien porque jugaba con ventaja. Ya sabía que a ella no le gustaban
las berenjenas.
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