—Niña,
bájate de la tapia.
—No.
—Te
estoy diciendo que te bajes.
—Que
no.
—Las
niñas bonitas no se suben…
—Éjele…
—Te
voy a acusar con tu mamá.
—Al
cabo ni me hace nada.
(Ocotlana
echa a correr por el jardín).
—Ándale
vieja gacha, chismosa, cochina… ¿La lagartija…? ¿A dónde se
fue la lagartija? Esa tonta de Ocotlana la espantó. ¡Ocotlana! Cada
vez que habla, en la esquina de la boca le sale un hilito de saliva…
Se atora las medias con una especie de nudo que se hace justamente
detrás de las rodillas. Cuando se sube a los camiones entre la falda
y la media resalta su carne blanca y blanda… ¡Lagartija, almita!
¿Dónde estás? Lagartija rosa, ¡te traje un pañuelo!
Lilus
se sube muy seguido a la tapia. Se sube porque desde allí puede
asomarse al cuarto de un extraño señor que vive en los
departamentos de al lado. El señor está sentado interminablemente
ante una mesa de trabajo y hojea grandes cantidades de libros
envejecidos… El primer día Lilus se quedó observándolo durante
una hora. Lo vio leer y releer sin moverse, como un adivino ante su
bola de cristal… Después se levantó y se puso a establecer cosas
y cosas en el aire, categorías y órdenes invisibles, con sus dos
manos veloces y casi transparentes…
Desde
entonces Lilus volvió todos los días a su puesto de observación, a
espiar una actividad tan incongruente. Hasta que no pudo más y se
puso a aullar desde su tapia: «¡Señor del Cuatroooo, Señor del
Cuatroooo!» Como no obtuvo respuesta recogió un puño de piedritas,
y una por una las fue arrojando contra el cristal de la ventana. Pero
nada. El señor del Cuatro ni se movía… Tenía la cabeza
profundamente metida en un gran libro de pastas rojas. Debió creer
que estaba cayendo granizo, y sin darse cuenta, incluyó a Lilus en
el número de los meteoros… Completamente desesperada, Lilus pensó
que la única solución era pedir auxilio y aumentar el calibre de
los proyectiles… ¿Será sordomudo? «¡Señor del Cuatroooo!
¡Socorro! ¡S.O.S!». Y oh, sorpresa de sorpresas, cuando una de las
pedradas de Lilus estuvo a punto de romper la ventana, el Señor del
Cuatro volvió lentamente la cabeza, distrajo su mirada de los libros
y la posó sobre Lilus…
—Señor
del Cuatro… (El señor abrió la ventana bombardeada).
—Perdone
Señor del Cuatro, ¿no es de usted esta lagartija?
—No,
niña, no. Las lagartijas no son de nadie…
—Pues
como siempre está frente a su ventana, pues yo pensé que usted la
sacaba a asolear…
Y
así fue como empezó la amistad de Lilus con el Señor del Cuatro.
Tres veces por semana cuando menos, allí estaba Lilus en la tapia.
El señor iba perdiendo el hilo de su lectura, abría la ventana y se
encontraba con Lilus…
—Señor
del Cuatro ¿qué tantas cosas estudia? Se le va a perder su cabeza…
Parece un pajarito encerrado en su jaula. ¿Por qué no se va mejor a
dar la vuelta?
—Estoy
resolviendo las antinomias. Anoche me quedé otra vez en uno de los
Fragmentos, como en callejón sin salida… No, no es ése de «nuevas
aguas fluyen hacia ti», sino el otro… Además, las geometrías no
euclidianas. Y los textos de mis alumnos tan plagados de erratas
espirituales… Me paso la vida corrigiéndolos…
—Señor
del Cuatro, ¿se acuerda usted de la Borrega? ¿De la que le platiqué
el otro día…?
—La
Borrega… La Borrega… Déjame pensar. Ah sí, la feminista, la
librepensadora…
—Ésa
mero. Le fue rete mal… La expulsaron de la escuela.
—Es
que la vida comenzó muy pronto para ella. ¿Sabes Lilus? Me gusta
platicar contigo. Sobre todo porque entresaco de tu conversación
muchos alejandrinos…
—¿Qué
cosa es eso?
—Además,
me has hecho tomar conciencia del otoño… Este momento en que todo
se consuma… Nunca me había dado cuenta desde que era pequeño.
Nunca me había fijado en las estaciones… ¿Pero qué te pasa,
Lilus? Hoy no hablas tanto como de costumbre…
—Es
que estoy triste.
—¿Pero
de qué?
—De
que a la gente se le ocurran tantas cosas…
—¿Qué
cosas?
—Pues
esas cosas que se le ocurren a usted, como el teorema de Pitágoras,
las antinomias que me dijo, y las geometrías no eudiclianas…
—Eudiclianas,
no, no euclidianas, Lilus.
—Señor
del Cuatro, ¿por qué no se va usted al campo? ¡Al campo, Señor
del Cuatro! Allí nomás arribita de Las Lomas. A medida que se
camina por un ladito que yo sé, los árboles son cada vez más
verdes y cada vez más sombríos, casi negros de tan juntos uno con
otro… Allí hay una fuente que sólo los pájaros conocen… y
hierbas locas y pasto descuidado… Nadie hace ruido. El silencio es
tan grande que se oyen los cuchicheos de las ramas y las huidas
húmedas de las flores. Allí puede usted hacer geometría moral
sobre la arena.
—Niña,
ten piedad de mi rigor. ¿No te das cuenta? Las cosas han presionado
sobre mí, me han devastado y pulido. Soy un experto en renuncias y
un entendido en desdichas…
—¿Ah?
—Pero
a veces tú tienes razón. Debería pedirle perdón a tantas cosas
que están detrás de mi ventana… Al árbol y a la planta, y si tú
quieres, a los pájaros y a las nubes…
—Sí,
sí. Le tiene que pedir perdón a la lagartija que diario viene a
tomar el sol junto a su ventana, y a unas matitas de flores dormidas
que usted nunca ha tomado en cuenta. Y sobre todo a los árboles…
Es tan bonito estar debajo de un árbol viendo su copa verde y
emborucada con grandes lagos de cielo y nubes enredadas… Está
usted tan flaco. Me gustaría saber lo que come. Y tiene los ojos tan
hundidos. Mi mamá hizo ahora merengues. ¿Quiere que le traiga uno?
¿Me salto la tapia? ¿O voy mejor por la escalera?
—¡Lilus!
¡Lilus! ¿Dónde estás? ¿Otra vez subida en la tapia?
—¡Hijos,
mi mamá!
—¡Niña!
Bájate inmediatamente. Tienes que ir a hacer tu tarea…
—No
puedo. Mi pluma no sirve. Con ella le puse una inyección de tinta a
Ocotlana.
—¡Qué
niña! Bájate… Perdónela señor, no sé como aguanta usted a esta
niña preguntona.
—Adiós,
adiós, mañana nos vemos.
—Adiós
niña Lilus. Adiós Señora…
Por
el camino su mamá la regaña:
—Lilus,
¿cómo es posible que te pongas a quitarle el tiempo a este señor?
Es un filósofo, y tú estás allí nomás sacándolo de sus
casillas… Lilus, niña mía, ¿cuándo aprenderás a encontrar tú
sola la respuesta a esa infinidad de preguntas que te haces?
Lilus Kikus. 1954.
No hay comentarios:
Publicar un comentario