sábado, 6 de marzo de 2021

X. La Tapia. Elena Poniatowska.

Niña, bájate de la tapia.
No.
Te estoy diciendo que te bajes.
Que no.
Las niñas bonitas no se suben…
Éjele…
Te voy a acusar con tu mamá.
Al cabo ni me hace nada.
(Ocotlana echa a correr por el jardín).
Ándale vieja gacha, chismosa, cochina… ¿La lagartija…? ¿A dónde se fue la lagartija? Esa tonta de Ocotlana la espantó. ¡Ocotlana! Cada vez que habla, en la esquina de la boca le sale un hilito de saliva… Se atora las medias con una especie de nudo que se hace justamente detrás de las rodillas. Cuando se sube a los camiones entre la falda y la media resalta su carne blanca y blanda… ¡Lagartija, almita! ¿Dónde estás? Lagartija rosa, ¡te traje un pañuelo!
Lilus se sube muy seguido a la tapia. Se sube porque desde allí puede asomarse al cuarto de un extraño señor que vive en los departamentos de al lado. El señor está sentado interminablemente ante una mesa de trabajo y hojea grandes cantidades de libros envejecidos… El primer día Lilus se quedó observándolo durante una hora. Lo vio leer y releer sin moverse, como un adivino ante su bola de cristal… Después se levantó y se puso a establecer cosas y cosas en el aire, categorías y órdenes invisibles, con sus dos manos veloces y casi transparentes…
Desde entonces Lilus volvió todos los días a su puesto de observación, a espiar una actividad tan incongruente. Hasta que no pudo más y se puso a aullar desde su tapia: «¡Señor del Cuatroooo, Señor del Cuatroooo!» Como no obtuvo respuesta recogió un puño de piedritas, y una por una las fue arrojando contra el cristal de la ventana. Pero nada. El señor del Cuatro ni se movía… Tenía la cabeza profundamente metida en un gran libro de pastas rojas. Debió creer que estaba cayendo granizo, y sin darse cuenta, incluyó a Lilus en el número de los meteoros… Completamente desesperada, Lilus pensó que la única solución era pedir auxilio y aumentar el calibre de los proyectiles… ¿Será sordomudo? «¡Señor del Cuatroooo! ¡Socorro! ¡S.O.S!». Y oh, sorpresa de sorpresas, cuando una de las pedradas de Lilus estuvo a punto de romper la ventana, el Señor del Cuatro volvió lentamente la cabeza, distrajo su mirada de los libros y la posó sobre Lilus…
Señor del Cuatro… (El señor abrió la ventana bombardeada).
Perdone Señor del Cuatro, ¿no es de usted esta lagartija?
No, niña, no. Las lagartijas no son de nadie…
Pues como siempre está frente a su ventana, pues yo pensé que usted la sacaba a asolear…


Y así fue como empezó la amistad de Lilus con el Señor del Cuatro. Tres veces por semana cuando menos, allí estaba Lilus en la tapia. El señor iba perdiendo el hilo de su lectura, abría la ventana y se encontraba con Lilus…
Señor del Cuatro ¿qué tantas cosas estudia? Se le va a perder su cabeza… Parece un pajarito encerrado en su jaula. ¿Por qué no se va mejor a dar la vuelta?
Estoy resolviendo las antinomias. Anoche me quedé otra vez en uno de los Fragmentos, como en callejón sin salida… No, no es ése de «nuevas aguas fluyen hacia ti», sino el otro… Además, las geometrías no euclidianas. Y los textos de mis alumnos tan plagados de erratas espirituales… Me paso la vida corrigiéndolos…
Señor del Cuatro, ¿se acuerda usted de la Borrega? ¿De la que le platiqué el otro día…?
La Borrega… La Borrega… Déjame pensar. Ah sí, la feminista, la librepensadora…
Ésa mero. Le fue rete mal… La expulsaron de la escuela.
Es que la vida comenzó muy pronto para ella. ¿Sabes Lilus? Me gusta platicar contigo. Sobre todo porque entresaco de tu conversación muchos alejandrinos…
¿Qué cosa es eso?
Además, me has hecho tomar conciencia del otoño… Este momento en que todo se consuma… Nunca me había dado cuenta desde que era pequeño. Nunca me había fijado en las estaciones… ¿Pero qué te pasa, Lilus? Hoy no hablas tanto como de costumbre…
Es que estoy triste.
¿Pero de qué?
De que a la gente se le ocurran tantas cosas…
¿Qué cosas?
Pues esas cosas que se le ocurren a usted, como el teorema de Pitágoras, las antinomias que me dijo, y las geometrías no eudiclianas…
Eudiclianas, no, no euclidianas, Lilus.
Señor del Cuatro, ¿por qué no se va usted al campo? ¡Al campo, Señor del Cuatro! Allí nomás arribita de Las Lomas. A medida que se camina por un ladito que yo sé, los árboles son cada vez más verdes y cada vez más sombríos, casi negros de tan juntos uno con otro… Allí hay una fuente que sólo los pájaros conocen… y hierbas locas y pasto descuidado… Nadie hace ruido. El silencio es tan grande que se oyen los cuchicheos de las ramas y las huidas húmedas de las flores. Allí puede usted hacer geometría moral sobre la arena.
Niña, ten piedad de mi rigor. ¿No te das cuenta? Las cosas han presionado sobre mí, me han devastado y pulido. Soy un experto en renuncias y un entendido en desdichas…
¿Ah?
Pero a veces tú tienes razón. Debería pedirle perdón a tantas cosas que están detrás de mi ventana… Al árbol y a la planta, y si tú quieres, a los pájaros y a las nubes…
Sí, sí. Le tiene que pedir perdón a la lagartija que diario viene a tomar el sol junto a su ventana, y a unas matitas de flores dormidas que usted nunca ha tomado en cuenta. Y sobre todo a los árboles… Es tan bonito estar debajo de un árbol viendo su copa verde y emborucada con grandes lagos de cielo y nubes enredadas… Está usted tan flaco. Me gustaría saber lo que come. Y tiene los ojos tan hundidos. Mi mamá hizo ahora merengues. ¿Quiere que le traiga uno? ¿Me salto la tapia? ¿O voy mejor por la escalera?
¡Lilus! ¡Lilus! ¿Dónde estás? ¿Otra vez subida en la tapia?
¡Hijos, mi mamá!
¡Niña! Bájate inmediatamente. Tienes que ir a hacer tu tarea…
No puedo. Mi pluma no sirve. Con ella le puse una inyección de tinta a Ocotlana.
¡Qué niña! Bájate… Perdónela señor, no sé como aguanta usted a esta niña preguntona.
Adiós, adiós, mañana nos vemos.
Adiós niña Lilus. Adiós Señora…
Por el camino su mamá la regaña:
Lilus, ¿cómo es posible que te pongas a quitarle el tiempo a este señor? Es un filósofo, y tú estás allí nomás sacándolo de sus casillas… Lilus, niña mía, ¿cuándo aprenderás a encontrar tú sola la respuesta a esa infinidad de preguntas que te haces?

Lilus Kikus. 1954.
 

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