Entonces le dijo:
—Perdón
señor Dinosaurio, pero ¿me puede decir qué hace usted aquí, o qué
hago yo en este lugar? Porque somos de realidades o por lo menos de
tiempos diferentes, así que o usted está mal o yo estoy mal, o yo
no soy lo que creo ser, o usted no es un dinosaurio real sino soñado
o alucinado o vaya uno a saber qué. ¿Me puede sacar de una buena
vez de toda esta confusión, de esta ambigüedad, de esta
insoportable y angustiante bruma interpretativa?
El
dinosaurio no era muy afecto a la comunicación verbal y no le
respondió. Luego lo aplastó con su enorme pata y empezó a comerlo
lentamente a lo largo de los días hasta que el protagonista del
célebre microrrelato quedó convertido en un puñado de huesos
blancos y relucientes que todavía están allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario