La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de
cieno
y un huracán de
negras palomas
que chapotean las
aguas podridas.
La aurora de Nueva
York gime
por las inmensas
escaleras
buscando entre las
aristas
nardos de angustia
dibujada.
La aurora llega y
nadie la recibe en su boca
porque allí no hay
mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas
en enjambres furiosos
taladran y devoran
abandonados niños.
Los primeros que
salen comprenden con sus
huesos que no habrá
paraíso ni amores deshojados:
saben que van al
cieno de números y leyes,
a los juegos sin
arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada
por cadenas y ruidos
en impúdico reto de
ciencia sin raíces.
Por los barrios hay
gentes que vacilan insomnes
como recién salidas
de un naufragio de sangre.
Poeta en Nueva York, 1928.
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