I
Tenía
un oído muy fino. Ni siquiera la edad había podido quitarle esa
facultad. Aunque ahora tenía menos cosas que escuchar. Aquella
tarde, insoportablemente muda, oyó un débil sonido que no pudo
reconocer. El ruido procedía del piso de al lado, así que pegó su
oreja en la pared. Pasó un par de minutos en esa postura tratando de
averiguar qué era lo que había percibido. Al fin se dio cuenta. Era
otra oreja, que desde el lado opuesto de la pared escuchaba la suya.
II
La
manía persecutoria devoraba sus días. Estaba absolutamente
convencida de que alguien la escuchaba día y noche con el oído
pegado en una pared de su apartamento. Comenzó a imaginarse a su
perseguidor. Alto, rubio y con cara de mala persona. Se enamoró
locamente de él y empezó a escucharle a él también a través de
la pared. Se quedó absolutamente entristecida cuando su psicólogo
la curó de golpe diciendo: Nadie te persigue y es absolutamente
imposible oír a una oreja escuchando a otra oreja a través de la
pared.
III
No
podía creer lo que estaba pasando. Al acabar la carrera se juró a
sí mismo que nunca se enamoraría de una de sus pacientes. Pero lo
peor era que se estaba volviendo aún más loco que ella. Porque la
chica estaba enamorada de un hombre imaginario, pero él tenía celos
de ese caballero inventado. Creyó que todo acabaría de golpe al
curar a su bella demente de mirada verde con una terapia de choque.
Pero sólo consiguió que sus ojos dejasen de brillar. Y él no podía
pensar en otra cosa que no fuera aquella oreja que escuchaba a la
oreja de su amada desde el lado opuesto de la pared.
No hay comentarios:
Publicar un comentario