La araña coloniza lo que abandonas.
Alza su tienda o su palacio en tus ruinas. Lo que llamas polvo y
tinieblas, para la araña es un jardín radiante. Gastándose, erige
con la materia de su ser reinos que nada pueden contra la mano.
Como
los vegetales, crecen sus tejidos nocturnos: morada, ciudadela, campo
de ejecuciones. Cuando te abres paso entre lo que cediste a las
arañas, encuentras el fruto de su acecho: el cuerpo de un insecto,
su cáscara suspendida en la red como una joya. La araña le sorbió
la existencia y tal vez ofrece el despojo para atemorizar a sus
vasallos. También los señores de horca y cuchillo exhibían en la
plaza los restos del insumiso. Y los nuevos verdugos propagan al
amanecer, en las calles o en las aguas envenenadas de un río, el
cadáver deshecho de los torturados.
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