A veces, en la madrugada, me
despierto con ganas de ser yo. Entonces saldría desnudo a la calle,
correría gritando cosas que muchos no desearían oír. A las mujeres
hermosas las colmaría de oprobios mientras cruzo la calle estando la
luz verde. Comería con mucha grasa y tomaría helados hasta
reventar. Entonces cogería un pico para acabarle con el césped a mi
vecino o sacar de raíz los rosales de su esposa. Bebería alcohol,
tanto que no podría moverme en días. Rompería los cestos de basura
y con su contenido inundaría las aceras. Apedrearía cuanto cristal
encontrara a mi paso, sobre todo, los de aquellas tiendas que hacen a
unos creerse mejores que los otros.
Entonces,
haría una gran hoguera para quemar todos los periódicos que hablan
de la guerra y suciedades por el estilo, y las revistas que nos
obligan a vestirnos de una forma o a peinarnos de otra. También
prendería fuego a la hipocresía, la envidia y la mentira. Entonces,
tomaría mis esprays y saldría a la calle a hacer graffitis. No
quedaría un muro sin una de mis obras. Pintaría corazones verdes
para demostrar mi amor y un montón de palomas negras que simbolicen
mi libertad.
Entonces,
entonces me duermo y despierto en la mañana, siendo yo. Salgo a la
calle, con ropa y, si hablo, apenas subo el tono de mi voz. Espero en
la acera el cambio del semáforo y miro de reojo a las mujeres
hermosas. Como algo ligero y con gran hipocresía elogio el horrendo
jardín de mis vecinos. Siempre estoy sobrio, en ocasiones paso días
sin beber ni un trago. Entonces viajo con las manos llenas de papeles
o latas, hasta encontrar un cesto dónde verterlos. Voy de vidriera
en vidriera buscando objetos caros que demuestren cuán importante
soy. Entonces, contemplo extasiado la belleza de los muros sin
dibujos. Me siento en el parque para hojear una revista y comprobar
si estoy a la moda. Mientras paso las hojas, alimento a las palomas,
pero no a todas, sólo a las negras, a esas palomas negras que
simbolizan mi libertad.
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