Las calles amanecieron llenas de pájaros muertos. Por eso el alcalde convocó un concurso de ideas cuyo resultado lograra arrojar alguna luz sobre aquel suceso. Así se había hecho anteriormente con la tormenta de llaves del año pasado, la fascinante belleza de la abuela nonagenaria de la calle Olvido o la aparición a orillas del lago de una mujer serpiente de espléndidos pechos. El boticario pergeñó una hipótesis sobre la contaminación del río pero a todos les pareció poco creíble. El cura propuso su conjetura de posible castigo divino pero fue descartada por apocalíptica. Al final fue declarada ganadora por su originalidad la idea del maestro. Éste planteaba que, con alevosía y nocturnidad, unos desalmados habían robado el cielo. Los vecinos aplaudieron con entusiasmo hasta que Celedonio aventuró, entre hipos de vino, que si no había cielo, tampoco habría aire, por lo que era un milagro que estuvieran vivos. Al oírlo, todos se quedaron en silencio y, con premura, se fueron muriendo uno a uno sin mucha gracia. Fue una pena, porque no quedó nadie para explicar el extraño acontecimiento que ocurrió dos días después cuando los fondos aparecieron sin pozo.
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