Como una mulatería empecinada
los girasoles comenzaron a gritar su rebelión. Sostenían con su
cara de soles negros que no podían ser explotados.
Sus cabezas fanáticas e
insoladas decían que no querían ser cosechados, que querían seguir
tomando el sol, sin hacer nada, sin prestar sus semillitas ni al
hombre ni a sus industrias.
Hubo que emplear las
ametralladoras y cayeron desparramados y desgranados sus granujientos
y carillenos rostros.
Así se ensemillaron de tal modo
los campos de la refriega que la nueva cosecha resultó centuplicada,
magnífica.
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