Tres de sus pretendientes han
intentado suicidarse. Lo dice con tristeza pero también con una
pizca de orgullo. Uno incluso lo ha conseguido. Se tiró desde la
azotea del edificio de la Facultad de Humanidades y por dentro quedó
destrozado. Por fuera parecía que no le había pasado nada, y hasta
tenía un aspecto sereno. Ese día ella no había ido a la
universidad, pero se lo contaron sus amigos. A veces, cuando está
sola en casa, hasta lo puede notar ahí, como si estuviera con ella
en el salón, mirándola, y cuando le pasa eso, por un momento siente
mucho miedo, pero también alegría. Porque sabe que no está
completamente sola. Y a mí, a mí me aprecia muchísimo. Me aprecia,
pero no se siente atraída por mí. Y eso la entristece, lo mismo que
a mí, o puede que incluso más. Porque le encantaría sentirse
atraída por alguien como yo. Alguien inteligente, sensible, alguien
que la quiera de verdad. Tiene un romance con un marchante de arte
mayor desde hace más de un año. Está casado, no piensa dejar a su
mujer y ni siquiera hablan de ello. Por él sí siente atracción.
Qué crueldad. Es una crueldad para mí y también lo es para ella.
La vida podría ser mucho más sencilla si se sintiera atraída por
mí.
Me deja que la toque. A veces,
cuando le duele la espalda, hasta me lo pide. Cuando le masajeo los
músculos, cierra los ojos y me sonríe.
—Qué agradable —me dice
mientras la toco—, qué agradable.
Una vez, hasta nos acostamos.
Echando ahora la vista atrás dice que fue un error. Tenía
tantísimas ganas de que la cosa fuera bien, que se olvidó de sus
sentidos. Y que hay algo, mi olor, o mi cuerpo, algo entre nosotros
dos que no pega. Lleva ya cuatro años estudiando Psicología y
todavía no es capaz de explicarlo. De explicar lo mucho que su
cerebro lo desea y cómo su cuerpo no se aviene a ese deseo. Cuando
se acuerda de la noche en la que nos acostamos, se pone triste. Hay
muchas cosas que la ponen triste. Es hija única. Se pasó gran parte
de la infancia completamente sola. Su padre se puso enfermo, agonizó
largamente y al final murió. No tuvo a su lado un hermano que la
comprendiera, que la consolara. Yo soy lo más parecido a un hermano
que haya tenido nunca. Y Kuti. Kuti es el nombre del chico que se
tiró de la azotea de la Facultad de Humanidades. Es capaz de pasarse
horas sentada conmigo hablando de cualquier cosa. Puede dormir
conmigo en la misma cama, verme desnudo, desnudarse a mi lado. No hay
nada que la turbe entre nosotros. Ni siquiera cuando me masturbo a su
lado. Aunque le mancho las sábanas y la entristezco. Y es que se
pone triste por no ser capaz de amarme, pero si eso me alivia, no
tiene ningún problema en lavar después las manchas.
Antes de que su padre muriera
estaba muy unida a él. También estuvo muy unida a Kuti, que estaba
enamorado de ella. Yo soy el único hombre que estoy muy unido a ella
y todavía sigue con vida. Al final empezaré a salir con otra y ella
se quedará sola. Será inevitable, y lo sabe. Y cuando suceda, se
pondrá triste. Triste por ella, pero también contenta por mí,
porque habré encontrado el amor. Cuando termino de correrme me
acaricia la cara y me dice que aparte de sentirse triste también se
siente halagada. Que la halaga el hecho de que con todas las chicas
que hay en el mundo, solo piense en ella mientras me masturbo. El
marchante ese de arte con el que se acuesta es más peludo y bajo que
yo, pero sexy a rabiar. En la mili era uno de los subordinados de
Netanyahu y se conocen desde entonces. Son amigos de verdad. A veces,
cuando va a verla, le dice a su mujer que ha ido a ver a Bibi. Una
vez se lo encontró con su mujer en el centro comercial. Estaban a un
metro de distancia, ella le sonrió disimuladamente, a escondidas,
pero él la ignoró. Posó los ojos en ella, pero tenían una mirada
completamente vacía, como si ella no fuera nadie ni nada. Puro aire.
Y aunque ella comprendió que no pudiera sonreírle ni decirle nada
estando con su mujer, resultó muy ofensivo. Se quedó allí sola en
el centro comercial, al lado de los teléfonos públicos, y se echó
a llorar. Esa fue la noche que se acostó conmigo. Y ahora que lo
piensa, fue un error.
Cuatro de sus pretendientes han
querido suicidarse. Dos hasta lo han conseguido. Precisamente los dos
a los que se sentía más unida, muy próximos a ella, pero que
mucho, como hermanos. A veces, cuando está sola en casa, nos puede
notar a los dos, a mí y a Kuti, con ella, en el salón, mirándola.
Y cuando eso le sucede, siente un miedo repentino, aunque también
alegría. Porque sabe que no está completamente sola.
De repente llaman a la puerta, 2010.
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