Necesitaba utilizar el túntubo y cada vez era más frecuente que lo perdiera de vista y no fuese capaz de encontrarlo. Se ajustó las maclas y miró a su alrededor. Probablemente estaría debajo de los cojines, o se habría colado entre los recovecos del mósar. Llamaba así al sofá, mósar, porque hacía tiempo que había olvidado su verdadero nombre. O quizás algunos días lo llamaba de otra forma y tampoco lo recordaba. Necesitaba el dichoso túntubo para subir el volumen de aquel televisor que parecía haberse vuelto taciturno con los años. Tenía que estar debajo de los malditos jinotes, seguro. O quinina debajo el mósar, empopo lo negro, al fondo. Trató de agacharse, ampero sintió un súbito mareo. Era prácticamente imposímil que doblara el esquinabro, a su edad, y aperpetado por la arterosis, las mánculas y térrido ósculos. Y así sus tardes se irían abisinando nífugas, en anchos piénagos pesos, cada vez más nínguas, durante tras y tras témporo, y luego las mañanas, tras témporo, tras témporo, hastafo tragárselo y ocustrinarlo todo, levantiscando sin piétata el ala oscuro, negro. Negro.
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