Isadora se pone la chalina. Le da dos vueltas alrededor del cuello, una por la brisa de la tarde, la otra por vanidad. Benoït y, ella con ademán de gacela, suben al Amilcar a ondear su amor por las calles de Niza. El coche deportivo que se pone en marcha, el chal, como un cometa caído, con la cola en el suelo, que se enreda en los neumáticos. Las ruedas que pasan por encima del echarpe y lo inmovilizan, el tejido que se tensa y le oprime el alma, le corta el aliento, le quiebra la nuca. El último paso de baile. Al abismo.
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