Todo el tiempo
aullidos.
Aullidos
de amantes destronados. Aullidos de tenores desesperados por querer
que los sordos oigan y aplaudan. Aullidos del viento en las hendijas
de paredes de cartón. Aullidos del que increpa al sol porque no es
cierto que él alumbre para todos. Aullidos de los perros que
perdieron el regazo del último baldío. Aullidos del odio en el amor
y del amor en el odio. Aullidos cuando el cielo se desploma en forma
de bomba. Aullidos del que soñó con la muerte y al despertar e ir
al espejo, el espejo no lo vio. Aullidos de ambulancias aun en esas
perfumadas noches de primavera. Aullidos del microcuentista que se
extravió en los laberintos de la poesía. Aullidos del martillazo en
el dedo y del aceite en el fuego. Aullidos de Dios en el octavo día.
Aullidos de por no saber dónde estamos, ni qué fuimos a buscar tan
lejos, ni por qué volvemos siempre al lugar de la ausencia. Aullidos
del hombre que está solo y sin mesa. Aullidos de lujuria de los
trenes nocturnos que se desvían de los rieles y persiguen a las
vacas solitarias.
Todo
el tiempo aullidos.
¿Cómo
desoír entonces la música de la época?
En
cuanto a mí, ya estoy aprendiendo a gruñir.
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