Érase un
dinosaurio que llegó a la fama no por méritos propios, sino porque
despertó al lado de la persona equivocada que, para colmo, se tomó
el asunto a lo trágico, lo comentó a todo el mundo, y lo publicó
en su Facebook.
El
dinosaurio no entendía cómo un hecho estrictamente íntimo podía
obtener 7,500 likes y 1,355 comentarios en sólo unas horas.
Lo
peor, claro, fueron las fotos en Instagram y el video en YouTube que
fue retirado por contravenir las normas morales del servicio, pero
que para entonces había sido clonado y ubicado en mil sitios
distintos.
Vio
a quien había iniciado la tormenta mediática llorar en tres
noticieros distintos, un par de programas de variedades y un talk
show. En todos ellos decía, llorando, con lágrimas de furia, de
resignación, de asco, de vergüenza, de odio: “Y cuando desperté…”
Con
qué horror el dinosaurio vio al público entero corear el remate de
la frase: “… todavía estaba ahí”.
Lo
peor fue el meme, la canción (reggaeton, además), los llaveritos.
De
alguna manera apareció en su Linkedin y en su entrada en la
Wikipedia aclaraban que él era ese dinosaurio.
La
gente con quien dormía hacía siempre el mismo chiste al despertar
(“¿Sigues ahí?” ) y escuchó tantas variaciones malas sobre el
tema que dejó de acudir a fiestas y se planteó seriamente las
ventajas de la vida célibe y solitaria del anacoreta.
Tomó
demasiado café y las noches le parecían pobladas de risas y se
negaba a dormir porque era lo que había empezado todo.
La
zorra (que había sido difamada en más de una ocasión —no siempre
falsamente—) le recomendó que tuviera paciencia. La memoria de la
masa, dijo, es un conejo que corre buscando siempre otro agujero.
El
dinosaurio no entendió la metáfora, pero agradeció el consejo y se
resignó a esperar a que se cansaran de atormentarlo.
Pasó
tiempo (incluso la zorra se sorprendió) pero al fin la tormenta
empezó a amainar. El dinosaurio ya no fue tan popular y su imagen
dejó de aparecer en diarios amarillistas y sitios XXX.
Y
entonces pasó algo raro. El dinosaurio se sintió menos real
después, hubo un vacío y un ahogo cuando los reflectores se
alejaron y alguien no supo cómo completar el estribillo: “Y cuando
despertó…”
El
dinosaurio hizo un álbum de recuerdos, guardo los souvenirs y
bibelots creados con su imagen, se encontró tarareando la canción y
los chistes rancios le parecían increíblemente ingeniosos.
Ahora,
cuando se rasura frente al espejo, cuando un funcionario le pregunta
su nombre, cuando alguien duerme a su lado, el dinosaurio añora la
fama y se pregunta si él en realidad sigue ahí.
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