Porque el instante
en que la palabra feliz
se
pronuncia
no es nunca el instante de la felicidad.
Porque
los labios del sediento
no hablan de sed.
Porque por boca
de la clase obrera
nunca oiréis las palabras clase
obrera.
Porque el desesperado
no tiene ganas de
decir
«estoy desesperado».
Porque orgasmo y Orgasmo
son
incompatibles.
Porque el moribundo, en lugar de decir,
«me
estoy muriendo»
no emite más que un ruido sordo
que nos
resulta incomprensible.
Porque los vivos
son los que rompen
el tímpano de los muertos
con sus terribles noticias.
Porque
las palabras acuden siempre demasiado tarde
o demasiado
pronto.
Porque de hecho es otro,
siempre otro,
el que
habla,
y porque aquel de quien se habla
calla.
El hundimiento del Titanic, 2014.
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