Érase una vez un
tipo pelirrojo que no tenía ni ojos ni oídos. Tampoco tenía pelo,
de modo que decía que era pelirrojo por decir algo.
No
podía hablar, puesto que no tenía boca. Nariz tampoco tenía.
Por
no tener, no tenía ni brazos ni piernas. Tampoco barriga, ni
espalda, ni espina dorsal, ni tripas de ninguna clase. ¡No tenía
nada de nada! Así que no hay forma de saber de quién estamos
hablando.
Bueno,
será mejor que no sigamos hablando de él.
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