Amo a ese hombre.
Lo conocí el día que presentó su espectáculo de magia en mi
pueblo. Mamá dijo, no te metas con un mago, los magos sólo aman su
magia, y no le hice caso.
Lo
seguí como su ayudante por todos los pueblos de los Llanos, en la
época de la bonanza cocalera. Yo me quedaba en las habitaciones de
esos hotelitos esperándolo hasta el amanecer. Llegaba borracho y yo
corría a recibirlo, a desvestirlo y acostarlo. A veces, con su magia
me transportaba a palacios, hoteles de lujo, castillos y países
lejanos.
Así
fue por muchos meses hasta que un día me quedé esperándolo en vano
en un cuartucho en Tauramena. Lo busqué desesperada por todo el
pueblo hasta que en un bar me dijeron que el mago había encontrado
otra ayudante y se había ido con ella a recorrer el Casanare.
Volví
al hotel y me corté las venas. Me desperté en un hospital y una
semana después apareció él, con un ramo de flores. Me dijo que
todo había sido un error, que me iba a recompensar por el
sufrimiento que me había causado.
Me
llevó a un apartamento lujoso, con tina de porcelana y balcón de
mármol. Acá lo espero cuando sale de correría.
Mi
madre me visita cuando él no está e insiste en que los magos sólo
aman su magia y que lo mejor es que vuelva con ella a casa. Yo creo
que mi mamá tiene envidia o está loca porque dice que vivo en una
pocilga, que mis gatos son ratas repugnantes, que los pájaros que
alegran con sus trinos mis oídos son murciélagos que cuelgan del
techo y que los manjares que devoro son sobras recogidas del
basurero.
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