¿Será difícil, madre, volver a ti? Feroces
somos tus hijos.
Sabes
que no te merecemos
quizás, que hoy una sombra
maldita nos desune,
nos separa
de tu agobiado
corazón, cayendo
atroz, dura, mortal,
sobre sus telas,
como un oscuro
hachazo.
No, no tenemos
manos, ¿verdad?, no las tenemos,
que no lo son, ay,
ay, porque son garras,
zarpas siempre
dispuestas
a romper esas
fuentes que coagula
para ti sola en
llanto.
No son dientes
tampoco, que son puntas,fieras crestas
limadas incapaces
de comprender tus
labios y mejillas.
Han pasado
desgracias,
han sucedido, madre,
verdaderas
noches sin ojos,
albas que no abrían
sino para cerrarse
en ciega muerte.
Cosas que no
acontecen,
que alguien pensó
más lejos,
más allá de las
lívidas fronteras del espanto,
madre, han
acontecido.
Y todavía por si
acaso hubieras,
por si tal vez
hubieras soñado en un momento
que en el olvido
puede calmar el mar sus olas,
un incesante acoso
un ceñido rodeo
te aprietan hasta
hacerte
subir vertida y sin
final en sangre.
Júntanos, madre.
Acerca
esa preciosa rama
tuya, tan escondida,
que anhelamos
asir, estrechar
todos, encendiéndonos
en ella como un
único fruto
de sabor dulce,
igual. Que en ese día,
desnudos de esa
amarga corteza, liberados
de ese hueso de hiel
que nos consume,
alegres, rebosemos
tu ya tranquilo
corazón sin sombra.
Poemas del destierro y de la espera, 1976.
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