De regreso a casa tras una frustrante jornada de caza, al final del sendero del bosque, entre unos matorrales, el cazador se encontró con un ciervo que lo miraba fijamente a los ojos. El hombre retrocedió con sigilo unos metros, desenfundó la escopeta que llevaba colgada del hombro y, al apuntar al animal, vio lo que nunca había visto, no en un bosque, no en un rumiante. Se vio a sí mismo escrutando a un bípedo que le apuntaba con un arma de fuego. Entonces, enfundó la escopeta, giró sobre sus patas y se alejó a saltos por entre los matorrales.
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