Dijo el poeta modernista:
“Rasgan los árboles del otoño el cielo, crispadas contra las
alturas sus desnudas manos”.
Nadie
hace caso a los poetas. Nadie les cree. Una lacerante lluvia de
fragmentos celestes cayó ese otoño sobre los viandantes, arañando
sus rostros, cubriendo las calles con esquirlas de estrellas y
planetas despedazados.
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