domingo, 14 de enero de 2024

Señora, ¿puedo sentarme en sus rodillas? Svetlana Alexiévich.

Marina Kariánova, cuatro años
Actualmente trabaja en la industria del cine


No me gusta recordar… No me gusta. Así de simple: no me gusta…
Si le preguntáramos a todo el mundo qué es la infancia, cada uno respondería a su manera. Para mí la infancia es mamá, papá y bombones. Toda mi infancia soñando con mi madre, con mi padre, con bombones. Durante la guerra no solo no probé ni un bombón, sino que ni siquiera los había visto nunca. El primer bombón lo comí unos años después del fin de la guerra… Tres años después… Ya era una niña mayor. Tenía diez años.
Nunca he entendido cómo es posible que alguien pueda no querer un bombón de chocolate. ¿En serio? Es imposible.
Pero nunca encontré a mis padres. Ni siquiera sé cuál es mi apellido. Me recogieron en Moscú, en la estación Sévernaia.
¿Cómo te llamas? —me preguntaron en el orfanato.
Marina.
¿Y tu apellido?
No lo sé…
Me inscribieron como Marina Sévernaia. En realidad, lo que más ansiaba era que alguien me abrazara, me acariciara. El cariño escaseaba; vivíamos envueltos por la guerra, cada uno vivía sus propias desgracias. Camino por la calle… Delante de mí, una madre pasea con sus hijos. Coge a uno en brazos y lo lleva unos metros, lo deja en el suelo y coge a otro. Se paran a descansar en un banco. Ella ha sentado al más pequeño encima de sus rodillas. Me quedo allí de pie, mirando y mirando. Al final me acerco a ellos: «Señora, ¿puedo sentarme en sus rodillas?». Ella me mira, sorprendida.
Se lo vuelvo a pedir: «Señora, por favor, ¿puedo…?».

Últimos testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial, 1985.
 

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