Mira, el asunto es que maté a
Teseo. Fue rápido y limpio. Dijo “perra traicionera”, y cerró
los ojos. Luego, todo fue fácil. Entré al laberinto a buscar a
Minotauro. Cuchito, cuchito, llamé. Y él me respondió con unos
gemidos asustados. ¿Se fue el loco? Sí, gatito, para siempre.
Gracias, preciosa, no sé cómo agradecerte. Me puedes rascar el
lomo, me encanta. ¿Ahí? Sí, pero un poco más arriba. ¡Sigue,
sigue! ¡Ahhhhh! Sé que suena perverso, pero tócame la cola. ¿Así?
Más fuerte, más fuerte. Ahora, trata por aquí y aquí y acá.
Cuento
corto: después de tantas caricias, le mordí el cuello y lo asfixié.
Balbuceó “perra”, a secas, y murió con la carpa alzada, como
Teseo.
Aquí
hay un enredo muy grande. Pásame las tijeras, anudamos nuevamente y
seguimos ovillando.
¿Vale?
Imagen: Teseo y el Minotauro en el laberinto, de Edward Burne Jones.
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