miércoles, 24 de abril de 2024

Veinte siglos despues. Lilian Elphick.

Arriba de su Lamborghini descapotable blanco, Julio César Avendaño Avendaño recibe los vítores del pueblo. ¡Viva Julito!, gritan las mujeres; ¡gracias, compañero!, vocean los hombres. Una lluvia de papeles de colores se posa en las hombreras de su saco Armani.
Julio César Avendaño Avendaño infla su pecho de un orgullo desconocido; hace unos años era un pobre traficante y ahora es un gran, grandísimo mercader que vuelve a su pueblo, hundido en la miseria. Lanza monedas de oro a la multitud enfervorizada.
-Recuerda que eres mortal –le susurra una mujercilla, casi una sombra.
-¿Eres tú, mamá? –pregunta Julio César.
Antes de que la mujer conteste que sí, Julito, soy tu mamá, vayámonos a casa y yo te daré cerdo a las brasas; bueno, no te vas a dar ni cuenta de la diferencia, el fuego arregla todo, mal que mal el gato estaba lleno de pulgas y de un solo guadañazo lo destripé; antes de que diga pío la flaca pelá, una bala loca entra por el bolsillo superior izquierdo del Armani, descosiendo el borde pespunteado en seda y tiñendo de rojo el clavel tan varonil de Julio César Avendaño Avendaño.


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