Érase que se era
un carpintero. Se llamaba Kushakov. Un día, salió de su casa y fue
a una tienda a comprar cola de carpintero. Era la época del deshielo
y la calle estaba resbalosa. El carpintero dio unos pasos, patinó,
se cayó y se rompió la frente.
—Ugh —dijo el
carpintero, se levantó, fue a la farmacia, compró una venda y se
emparchó la frente.
Pero cuando salió
a la calle y dio unos pasos, volvió a resbalar, se cayó y se rompió
la nariz.
—Fu —dijo el
carpintero, entró en la farmacia, compró una venda y se remendó la
nariz.
Luego, salió
nuevamente a la calle, resbaló otra vez, se cayó y se rompió el
pómulo. Tuvo que volver a entrar a la farmacia para componerse el
pómulo con una venda.
—¿Sabe una
cosa? —le dijo el farmacéutico al carpintero—, usted se cae y se
lástima tan a menudo que le aconsejo que compre varias vendas.
—No —contestó
el carpintero—. Ya no me caeré.
Pero cuando salió
a la calle, resbaló nuevamente, se cayó y se rompió el mentón.
—¡Maldito
hielo! —exclamó el carpintero, y volvió a entrar corriendo en la
farmacia.
—¿Ve? —dijo
el farmacéutico—. Volvió a caerse.
—No —gritó el
carpintero—. Ni siquiera soporto que hablen de eso. Deme una venda,
pronto.
El farmacéutico
le dio una venda. El carpintero se vendó el mentón y corrió a su
casa.
En su casa, no lo
reconocieron y no lo dejaron entrar en el departamento.
—Soy el
carpintero Kushakov —chilló el carpintero.
—¡No diga!
—contestaron los ocupantes del departamento, y echaron el cerrojo y
pusieron la cadena.
El carpintero
Kushakov se quedó momento en la escalera, escupió y salió la
calle.
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