No es verdad que haya muerto para siempre
aquel muchacho callado que andaba
a solas por el bosque de eucaliptos
para escuchar la música del viento,
el que jugaba a perderse en el confín
de la playa cuando era ya de noche.
Entraba en casa tarde y silencioso.
Como quien sabe más de lo que dice,
como quien calla todo lo que siente.
No es verdad que haya muerto si regresa
tantas veces a compartir tu insomnio,
curiosea tranquilo entre tus libros,
come tu pan untado en mantequilla,
reconoce una foto en la repisa,
acaricia las cosas como suyas,
se descalza sin miedo, canturrea,
se sienta frente a ti sin decir nada,
te mira a los ojos francamente
y sonríe, sonríe sin desmayo
hasta que escuchas nítido, el murmullo
de sus pasos en el muelle, el canto de las olas
que llenaba de gozo sus poquísimos años.
Sólo entonces se marcha, cuando cree que duermes.
Las palabras perdidas, 2011.
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