Nadie la lee salvo los insomnes.
Qué extraño es encontrar a un niño,
abofeteado por su madre sólo esta mañana,
y a la chiflada vagabunda
que se agachó para orinar en la calle.
¿Acaso ellos se han perdido algo?
Esa ciudad envuelta en humo después de un bombardeo,
los cadáveres como colillas de cigarrillo
en un plato de la cena desbordándose de cenizas.
Pero no, todos están aquí.
Si fueras a venir, tribunal invisible,
habría demasiadas imágenes que repasar,
muchas historias que escuchar,
como aquella de los guardias jugando a las cartas
después de haber terminado de golpear a un prisionero.
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