Mi ansiedad iba creciendo a medida que me acercaba al lugar más tenebroso del bosque. Decían que allí acechaban los bandoleros.
Estaba a punto de dejar atrás aquel tramo tan peligroso, cuando tres individuos me cortaron el paso.
—¿Ustedes son bandoleros? —les pregunté.
—¿Nosotros? ¡Qué va! Somos guardabosques.
Respiré con alivio.
—Aunque, ahora que lo dice, rondan por aquí unos tipos extraños. ¿Por qué no nos deja en depósito el dinero en efectivo que lleva? Mejor no correr ningún riesgo.
Se los entregué todo y, libre de preocupaciones, seguí mi camino. Debo admitir que nadie me molestó: ¡ni rastro de bandoleros!
Pero yo soy una persona precavida.
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