Es una
delgada cinta de frío,
luego invisible,
que avanza
con cada despedida; con
silencios
no llamados así
y a veces no advertidos, o
gestos recordados como últimos
adioses y nunca más se ven
los rostros, nunca más se pronuncian
los nombres anudados
con cinta de frío en paquetitos
que también nunca más
se van a abrir. Y nadie ve
la cinta. Nadie siente
su frío. La llamamos ausencia: una palabra
tranquila. Un poco triste.
Y un día, nos sorprende.
Siempre había estado allí
y no nos dimos cuenta.
Hablando con un haya, 2010.
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