Los
habitantes de la octava dimensión somos seres sin fe, desesperados. ¿Cómo
mantener la fe, si nunca encontramos un milagro?
El milagro
sería no volver a soportar la lluvia de fuego, esa que lo arrasa todo, pero que
siempre llega. No podemos precisar cuándo, a veces el tiempo entre dos lluvias
permite varias cosechas, pero otras, preludio de hambre y muerte, las gotas
caen cuando las plantas solo son brotes, pequeños, delicados, que arden rápido
bajo el calor del fuego.
Siempre
ocurre de la misma manera, el cielo se oscurece, de rojo pasa a granate, luego azul, morado y negro. Las nubes se amontonan, se aprietan, se estrangulan, y al rozarse
lanzan chispas que chirrían y forman gotas de fuego que caen sobre la tierra
sin importar lo que atraviesan, hojas, cuerpos o alas.
Para nosotros
es el terror ver oscurecerse el cielo, asistir a ese trenzado devastador de las
nubes; pero aun más nos sobrecoge el chillido metálico de los cuervos blancos.
Su alarido de pavor comienza horas antes y se mantiene en los pocos minutos que
dura la lluvia. Miles de chillidos se
elevan al mismo tiempo, ensordecen nuestros oídos y nos dejan aturdidos y
aterrorizados, ocultos en las cuevas.
Pasada la
tormenta las aves dejan de chillar, todas al mismo tiempo, pero aun las podemos
oír, vibrando en nuestro interior, por mucho rato.
Salimos de
las cuevas y añadimos al espanto otro espanto más, la visión de los árboles
ardiendo, las ramas retorciéndose despacio, como pidiendo ayuda o clemencia.
Todo
alrededor es fuego, hogueras que antes
eran nuestro hogar, esas pequeñas casas volviendo a ser cenizas, nada negra.
Pero hoy soy
un ser con fe, camino entre las cenizas y descubro el milagro de la flor blanca.
Tiene pétalos pequeños, apretados, con puntitos amarillos, naranjas y negros.
Es una flor preciosa, prodigio natural, que crece entre ceniza muerta. Su
milagro me conmueve, ¿se puede abrazar a una flor? yo la abrazo, y parece
temblar entre mis manos como tiemblo yo mientras las nubes se amontonan allá
arriba y empezamos a escuchar el graznido desesperado de los cuervos, que nos
avisan de que acabó el milagro, de que llega otra vez la lluvia mortal, de
fuego.
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