jueves, 23 de octubre de 2014

Fe y milagros en la octava dimensión. Eva Sánchez Palomo. Microrrelato.



Los habitantes de la octava dimensión somos seres sin fe, desesperados. ¿Cómo mantener la fe, si nunca encontramos un milagro?
El milagro sería no volver a soportar la lluvia de fuego, esa que lo arrasa todo, pero que siempre llega. No podemos precisar cuándo, a veces el tiempo entre dos lluvias permite varias cosechas, pero otras, preludio de hambre y muerte, las gotas caen cuando las plantas solo son brotes, pequeños, delicados, que arden rápido bajo el calor del fuego.
Siempre ocurre de la misma manera, el cielo se oscurece, de rojo pasa a granate, luego azul, morado y negro. Las nubes se amontonan, se aprietan, se estrangulan, y al rozarse lanzan chispas que chirrían y forman gotas de fuego que caen sobre la tierra sin importar lo que atraviesan, hojas, cuerpos o alas.
Para nosotros es el terror ver oscurecerse el cielo, asistir a ese trenzado devastador de las nubes; pero aun más nos sobrecoge el chillido metálico de los cuervos blancos. Su alarido de pavor comienza horas antes y se mantiene en los pocos minutos que dura la lluvia.  Miles de chillidos se elevan al mismo tiempo, ensordecen nuestros oídos y nos dejan aturdidos y aterrorizados, ocultos en las cuevas.
Pasada la tormenta las aves dejan de chillar, todas al mismo tiempo, pero aun las podemos oír, vibrando en nuestro interior, por mucho rato.
Salimos de las cuevas y añadimos al espanto otro espanto más, la visión de los árboles ardiendo, las ramas retorciéndose despacio, como pidiendo ayuda o clemencia.
Todo alrededor es fuego,  hogueras que antes eran nuestro hogar, esas pequeñas casas volviendo a ser cenizas,  nada negra.
Pero hoy soy un ser con fe, camino entre las cenizas y descubro el milagro de la flor blanca. Tiene pétalos pequeños, apretados, con puntitos amarillos, naranjas y negros. Es una flor preciosa, prodigio natural, que crece entre ceniza muerta. Su milagro me conmueve, ¿se puede abrazar a una flor? yo la abrazo, y parece temblar entre mis manos como tiemblo yo mientras las nubes se amontonan allá arriba y empezamos a escuchar el graznido desesperado de los cuervos, que nos avisan de que acabó el milagro, de que llega otra vez la lluvia mortal, de fuego.


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