Los
síntomas aparecen siempre por la mañana: un cosquilleo en el
vientre, acompañado de mareos y de una sensación de vacío. En días
así, llego al trabajo retorciéndome de dolor, y es un milagro que
pueda atender a alguien sin desfallecer. Pero los años me han
enseñado a controlar los temblores y a mantener una apariencia
serena: mientras entablo una conversación tranquilizadora con el
paciente, busco la vena más adecuada para la punción, la acaricio,
la estrujo hasta sentirla latir bajo mis guantes de látex, la
recorro con complacencia e imagino la corriente sanguínea fluyendo
por aquellos riachuelos escarlatas. La aguja penetra con delicadeza y
entonces llega el momento exquisito en que la jeringa, con
parsimonia, va succionando el líquido anhelado. A pocos les
sorprende que les extraiga un tubo de más (“y este, de propina”,
comento, si estoy de buen humor). Sólo cuando se van –oprimiendo
un algodoncillo contra el brazo, como si la vida fuera a
escapárseles– me tomo la dosis. La calidez me gana el esófago,
llenando cada rincón de mi organismo, se detienen los espasmos y
revivo, respiro aliviado, y con un pañuelo de papel me limpio los
labios manchados de rojo.
Pero
hoy he llegado al ambulatorio desencajado. Una abstinencia, forzada
por las vacaciones navideñas, me estaba consumiendo: arrastraba días
de tormento y noches de insomnio. “¿Se encuentra bien?”, me ha
preguntado la mujer rolliza que ya me esperaba con una manga alzada.
Tenía uno de esos brazos blandos, embutidos de grasa. Las venas se
escondían juguetonas entre los pliegues, y he tenido que pincharla
hasta tres veces, sin acierto. “¿Se puede saber qué hace?”, ha
protestado cuando me disponía a intentarlo de nuevo. Yo sudaba,
angustiado, la ansiedad me atenazaba. Cuando se ha levantado,
indignada, le he hundido la jeringa en la papada. Mientras se
desplomaba me he acercado al cuello: el chorro de sangre me golpeaba
el paladar como un surtidor y he bebido, sediento, largos tragos de
vida.
Al
acabar, reprimiendo un eructo inoportuno, he presionado el agujerito
con el preceptivo algodón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario