Cuando
Marga no está, todo es Marga.
Es
Marga la pasta de mi tubo de dientes. Marga es mis orejas y las pocas
ganas que hoy tengo de levantarme. Y también el vecino que me saluda
y parece que diga Marga. Hoy más que nunca Marga es Argentina. Y
ensalada con pechuga asada. Hoy Marga no es la siesta, porque
pensando, pensando tampoco hoy me dejó dormir. Esta tarde son Marga
mis piernas, que me llevan poco a poco como si fueran solas, sin
contar con el resto de mi cuerpo, que, dicho sea de paso, también es
de Marga. Y el agradable sonido de mis pasos en el suelo. Y mi
respiración. Marga es Dostoievski. Y también Mario Benedetti y
Miguel Hernández. Y mi Daniel Pennac. Esta tarde es Marga hasta Ana
Rosa Quintana. Y café con leche y torta de nueces y pasas. Marga es
las nueve y media y las diez menos cuarto y las diez y veinte.
Y
es entonces, a eso de las diez y media, cuando Marga está, y todo lo
demás no existe. Y sólo existe Marga.
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