Yo
había visto muchas escenas de película en que el chico besa a la
chica aprovechando una tormenta. Están por el campo, estalla el
cielo en tromba y corren a buscar donde meterse. Siempre encuentran
una gruta o una cabaña abandonada, y la chica cae en sus brazos,
aprovechado la laxitud del encontrarse a salvo mientras afuera las
furias se enseñorean del mundo. Pero a mí con Paquita no me pasaba.
Paseábamos, salíamos de merienda, nos sentábamos a hablar de
nuestras ciudades respectivas, pero no caía ni una maldita gota. Yo
miraba al cielo y me hacía ilusiones en cuanto unos cúmulos se
aborregaban un poco y tomaban cierto tono oscuro. Pero, al poco el
aire los deshacía en guedejas que se desparramaban como vilanos por
el cielo inmenso. Ese verano no hubo ni una sola tormenta. Ni los más
viejos recordaban cosa parecida. Así es que se acercaba septiembre y
ya me veía, de regreso a las clases, con la nostalgia de lo no
vivido pesándome en el alma. Menos mal que, el último domingo,
pusieron en el cine “El hombre tranquilo” y la escena del
aguacero nos pilló guarecidos muy al fondo del patio de butacas.
Antonio Toribios. Esta noche te cuento, marzo, 2011.
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