Estaba
a punto de dormirme cuando detrás de la pared se dejó oír un
fuerte golpe.
"Ya está, ahora empezará aquello —pensé—.
Será igual que en aquella famosa anécdota. El vecino se quitó un
zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no podré dormir hasta que se
quite el otro y vete a saber cuánto rato tendré que esperar a que
lo haga".
Así que cuál no sería mi alivio cuando
enseguida se dejó oír el segundo golpe.
Me estaba durmiendo
de nuevo cuando detrás de la pared sonó un tercer estrépito que me
quitó el sueño.
Eso sí que no me lo esperaba. ¿Acaso mi
vecino tenía tres piernas? Imposible. ¿Había vuelto a ponerse un
zapato y se lo había quitado de nuevo? Poco probable. Así que, por
lo visto, tenía dos vecinos.
Y comenzó mi tormento,justo como
lo había previsto. Lo único que me permitía resistir era la
esperanza de que de un momento a otro tenía que quitarse el otro
zapato. Sin embargo, la noche transcurría y el segundo, es decir, el
cuarto ruido no llegaba.
No pegué ojo en toda la noche y por
la mañana bajé a desayunar totalmente agotado. Encontré a mi
vecino. Busqué con la mirada al otro, pero no estaba, sólo había
uno. Ese otro seguramente se había dormido hecho una cuba y
continuaba durmiendo con un zapato puesto.
—¿Tiene ratones
en su habitación? —inquirió mi vecino—. Porque yo sí los
tengo. Hacían tanto ruido que tuve que tirarles un zapato para que
pararan.
A partir de entonces dejé de pensar con lógica. Un
estúpido ratón tiene más poder que toda la lógica junta, y la
lógica sólo provoca insomnio.
El árbol. Slawomir Mrozek, 1998.
Excelente historia, propia de un narrador excepcional como el polaco maestro de la ironía y el absurdo.
ResponderEliminarSaludos desde Guadalajara de Buga, Colombia.
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