Al principio nada
estaba previsto así. Había contestado a un anuncio de La Semaine
Vétérinaire para una sustitución de dos meses, en agosto y
septiembre. Y luego el tío que me contrató se mató en la carretera
volviendo de vacaciones. Afortunadamente, no había nadie más en el
coche.
Y me quedé. Incluso
compré la casa. Es una buena clientela. A los normandos les cuesta
pagar, pero acaban haciéndolo.
Los normandos son
como todos los catetos. Las opiniones, una vez que se les meten en la
cabeza, ahí se quedan para siempre… y una mujer, para los
animales, mala cosa. Para alimentarlos, para ordeñarlos y para
limpiar la mierda, vale. Pero para las inyecciones, los partos, los
cólicos y las metritis, está por ver.
Se vio. Después de
varios meses de calibrar, terminaron por ofrecerme esa copita en la
mesa de la cocina.
Por supuesto,
durante las mañanas, no hay problemas. Atiendo en la consulta. Me
traen sobre todo perros y gatos. Varios casos: me lo traen para
pincharlo porque el padre es incapaz de hacerlo y el animal sufre
demasiado, me lo traen para curarlo porque éste es bueno para la
caza o, ya menos frecuente, me lo traen para la vacuna, y entonces,
es un parisino.
Lo peor al principio
eran las tardes. Las visitas. Los establos. Los silencios. Hay que
verla trabajar, luego ya se dirá. Cuánta desconfianza y, me imagino
yo, cuantas burlas por la espalda. Sí que he debido dar motivos de
risa en el café con mis prácticas y mis guantes estériles. Además,
me llamo Pernil. Doctora Pernil. Vaya descojone.
Terminé por olvidar
mis fotocopias y mi teoría, esperé en silencio yo también, delante
del animal, a que el propietario me escupiera pedazos de explicación
para ayudarme.
Y luego, sobre todo,
y es gracias a lo que estoy todavía aquí, me compré unas pesas.
Ahora, si tuviera
que dar algún consejo (con todo lo que ha ocurrido me extrañaría
que me pidiera alguien alguno) a un joven que quisiera ser
veterinario rural, le diría: músculo, mucho músculo. Es lo más
importante. Una vaca pesa entre quinientos y ochocientos kilos, un
caballo entre setecientos kilos y una tonelada. Eso es todo.
Imaginaos una vaca
que tiene problemas para parir. Por supuesto es de noche, hace mucho
frío, el establo está sucio y apenas hay luz.
Bueno.
La vaca sufre, el
granjero está triste, la vaca es su ganapán. Si el veterinario le
sale más caro que el precio de la carne que va a nacer hay que
pensárselo… tú dices:
―El ternero está
mal colocado. Hay que darle la vuelta y saldrá solo.
El establo se anima,
han sacado de la cama al mayor y detrás de él ha venido la hermana
pequeña. Para una vez que ocurre algo.
Mandas atar al
animal. Bien atado. Nada de patadas. Te desnudas, te quedas en
camiseta. Hace frío de golpe. Buscas un grifo y te lavas bien las
manos con un trozo de jabón que anda por ahí. Te pones los guantes
que te llegan hasta debajo de los sobacos. Con la mano izquierda te
apoyas en la vulva enorme y adelante.
Vas a buscar el
ternero de setenta o sesenta kilos al fondo de la matriz y le das la
vuelta. Con una sola mano.
Lleva tiempo pero lo
haces. Después, te acuerdas de tus pesas cuando te tomas un
calvados, al calorcito, para recuperarte.
Otra vez, el ternero
no saldrá, hay que abrir y es más caro. El tío te mira y según tu
mirada tomará una decisión. Si tu mirada inspira confianza y si
haces un gesto hacia tu coche como para coger el material, dirá que
sí.
Si tu mirada está
vuelta hacia los otros animales y si haces un gesto pero como para
irte, dirá que no.
Otra vez también,
el ternero está ya muerto y no hay que lastimar a la novilla,
entonces se le corta en trocitos y se sacan uno después de otro,
siempre con el guante.
Luego, de vuelta a
casa, pero con tristeza.
Han pasado los años
y estoy lejos de haber terminado de pagar todo, pero me van las cosas
bastante bien.
Cuando murió,
compré la granja del tío Villemeux y la arregle un poco.
Conocí a alguien y
luego se marchó. Por mis manos en forma de palas, me imagino.
Recogí dos perros,
el primero vino solo hasta mi casa y la debió de encontrar buena, el
segundo vivió lo peor antes de que yo lo adoptara. Por supuesto, el
que manda es el segundo. También hay unos cuantos gatos por aquí.
No los veo nunca, pero la comida desaparece. Me gusta mi jardín, es
un poco salvaje pero hay algunos rosales antiguos que están ahí
antes que yo y que no exigen nada. Son muy hermosos.
El año pasado
compré muebles de jardín de madera de teca. Carísimos, pero al
parecer envejecerán bien.
Cuando se presenta
la ocasión salgo con Marc Pardini que es profesor de no sé qué en
el colegio de al lado. Vamos al cine o a cenar. Se hace el
intelectual conmigo y me hace gracia porque, es verdad, me he vuelto
súper paleta. Me presta libros y discos.
Cuando se presenta
la ocasión, me acuesto con él. Siempre sale bien.
Ayer por la noche
sonó el teléfono. Era la Billebaudes, la granja de la carretera de
Tianville. El tío me habló de algo que iba mal y que no podía
esperar.
Decir que me costó
ir es poco decir. Había estado de guardia el fin de semana anterior,
y llevaba trece días trabajando sin interrupción. Hable un poquito
con mis perros. Cualquier cosa, es para oír mi voz, y me hice un
café negro como el carbón.
Nada más quitar la
llave del contacto, supe que nada saldría bien. La casa estaba a
oscuras y el establo en silencio.
Metí un ruido
tremendo golpeando la puerta de chapa ondulada como para despertar al
mundo entero pero era demasiado tarde.
Me dijo: el culo de
mi vaca está bien, ¿pero el tuyo cómo está? ¿Tienes tú un culo?
Cuentan por aquí que no eres una mujer de verdad, que eres más bien
un poco marimacho, es lo que dicen por aquí, sabes. Entonces
nosotros les dijimos que lo comprobaríamos nosotros mismos.
Y todo lo que decía
hacía reír a los otros dos.
Yo miraba fijamente
sus uñas mordidas hasta hacerse sangre. ¿Crees que me lo habría
hecho sobre una paca de paja? No, estaba demasiado borracho como para
agacharse sin caerse. En la lechería me placaron contra una cuba
helada. Había una especie de tubo acodillado que me machacaba la
espalda. Era patético verles impacientes con la bragueta.
Todo era patético.
Me hicieron un daño
horrible. Así, no quiero decir nada, pero lo repito para aquellos
que me hayan oído mal: me hicieron un daño horrible.
Al tío de las
Billebaudes la eyaculación lo despejó de golpe.
Bueno, doctora, esto
ha sido para divertirnos, ¿eh? No solemos tener ocasiones de
divertirnos por aquí, hay que comprendernos, y aquí, mi cuñado, es
su despedida de soltero, ¿verdad Manu?
Manu ya estaba
durmiendo y el colega de Manu empezó a pimplar otra vez.
Yo le dije al tío,
claro, claro. Incluso bromeé un poco con él hasta que me ofreciera
la botella. Era aguardiente de ciruela.
El alcohol los había
vuelto inofensivos pero les administré a cada uno una dosis de
Ketamine. No quería que movieran un músculo. Quería estar bien
tranquilita.
Me puse guantes
estériles y lo limpié todo bien con Betadine.
Después, estiré la
piel del escroto. Con la hoja del bisturí hice una pequeña
incisión. Saqué los testículos. Corté. Ligué el epidídimo y el
vaso sanguíneo con catgut nº 3,5. Volví a meter los testículos en
las bolsas y lo cosí con un punto por encima. Un trabajo muy limpio.
Al que me llamó por
teléfono y que fue el más violento porque se siente aquí en su
casa, le trasplanté su par de huevos encima de la nuez.
Eran casi las seis
cuando pasé por casa de mi vecina. La señora Brudet, setenta y dos
años, de pie desde hacía tiempo, toda acartonada pero animosa.
―Me voy a tener
que ausentar seguramente, señora Brudet, necesito alguien que cuide
de mis perros y de los gatos.
―¿No será nada
grave, espero?
―No lo sé.
―Los gatos,
encantada, aunque me parece a mí que no es bueno cebarlos así. Que
cacen ratones, que es lo que tienen que hacer. Los perros ya me
cuesta más porque son gordos, pero si no va a ser mucho tiempo, me
los quedaré.
―Le voy a firmar
un talón para la comida.
―Está bien.
Déjelo detrás de la tele. ¿No será nada grave, espero?
―Nahnahnahnah
―dije sonriendo.
Ahora estoy sentada
en la mesa de la cocina. Me he hecho otro café y me estoy fumando un
cigarro. Aguardo al coche de la policía.
Sólo espero que no
pongan la sirena.
Quisiera que alguien me esperara en algún lugar. Anna Gavalda, 2010.
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