En
estas islas, en estos humilladeros, son muchos los que eligen su
muerte,
ahorcándose
o bebiendo veneno junto a sus hijos. Los invasores no pueden evitar
esta venganza, pero saben explicarla: los indios, tan salvajes que
piensan que todo es común, dirá Oviedo, son gente de su natural
ociosa e viciosa, e de poco trabajo... Muchos dellos por su
pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se
ahorcaron con sus propias manos.
Hatuey,
jefe indio de la región de la Guahaba, no se ha suicidado. En canoa
huyó
de Haití, junto a los suyos, y se refugió en las cuevas y los
montes del oriente de Cuba.
Allí
señaló una cesta llena de oro y dijo:
—Éste
es el dios de los cristianos. Por él nos persiguen. Por él han
muerto
nuestros
padres y nuestros hermanos. Bailemos para él. Si nuestra danza lo
complace,
este dios mandará que no nos maltraten.
Lo
atrapan tres meses después. Lo atan a un palo.
Antes
de encender el fuego que lo reducirá a carbón y ceniza, un
sacerdote le
promete
gloria y eterno descanso si acepta bautizarse. Hatuey pregunta:
—En
ese cielo, ¿están los cristianos?
—Sí.
Hatuey
elige el infierno y la leña empieza a crepitar.
Memoria del fuego I. Los nacimientos. Eduardo Galeano.
Galeano pagina 68 de Memorias del fuego 1. Los nacimientos
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