Cada día lo dejaba para el siguiente. Era un
recuerdo que no quería dejar de recordar bien, y que nunca tenía tiempo de
recordar a mi gusto, y no lo quería recordar mal, y no lo recordaba.
Yo estaba tranquilo porque sentía que el recuerdo
estaba en mí seguro recordándose solo, como algo material que interceptaba sin
mi voluntad el paso del borrador olvido. Como cuando se hace un nudo en un
pañuelo, se había hecho en mi memoria día tras día un nudo.
Un
día en que tuve el tiempo, me eché en mi sofá ocioso, como suelo en estos
casos, a recordar mi recuerdo. No lo pude recordar ya. Estaba en mí, pero duro,
seco, pesado, como un mendrugo, un hueso, un callo del pensamiento, dolor
fósil, como un obstáculo inútil del olvido.
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